talaiot

en un petit pais, un petit cim; un bufec, un crit, una mirada. Tot plegat, un passeig escàs, curt, per un camí abrupte i aspre, des d'on veure neixer la llum del sol i cercar l'impertorbable ponent. Com el propi viatge de la vida, un principi i un final, des del cau del nostre propi món per refer-lo cada dia

diumenge, 23 de setembre del 2012

Racons de la costa de l'Empordanet: la barraca d'en Dalí


L’indret és una mica inhòspit, feréstec diria jo. Res a veure amb la dolçor que sovint domina les pinedes que jeuen vora la mar Mediterrània.  I és que la barraca d’en Dalí, per bé que situada a tocar de la platja de Castell, entre Palamós i Palafrugell, al costat d’un estret corriol que s’enfila pel puig d’en Roura i arriba fins a Sanià, s’amaga dins una munió de pins, esbarzers i matolls que la fan de mal trobar.

Quan hi arribes, penses, “home sí, per aquí hi ha passat en Dalí”. La barraca no és res més que això, una barraca. Poca cosa més que una barraca com tantes d’altres que podem trobar als boscos de les Gavarres, a les vinyes del Baix Penedès, o a les hortes del Prat del Llobregat; però, al veure la seva porta penses: “aquesta barraca no és d’un pagès”. Perquè, si per alguna cosa es distingeix la gent del camp és pel seu acusat sentit pràctic, pel seu mil·lenari pragmatisme. Recordo, una vegada que jo havia anat a caminar pels voltants de Fonteta (on per cert, tot i ser a peu de Gavarres, també hi ha alguna vinya i, és clar, alguna barraca) em vaig trobar un dels pocs pagesos que encara queden pel Baix Empordà, i em va preguntar: “tu noi! cap on vas tant esperitat?” (he de dir, que anys enrere no hi havia gaire costum d’anar a caminar per caminar, com es fa avui en dia) i jo que si, que li dic: “vaig a fer el vol, a caminar una estona”. La seva resposta no podia ser més directa: “però, no vas enlloc, no vas a fer rés, ....?”. De ben segur que va pensar quelcom semblant a: “mira que en fan de coses estranyes la gent de fora”. Doncs bé, anem a lo que anàvem, siguem pràctics i no perdem el rumb: a la barraca d’en Dalí si ha d’entrar de cantó. Home, ben bé de cantó potser no, però, en tot cas, s’ha de vigilar i tenir el cap ben posat, si no el mal de cap està assegurat:  la porta és ben torta, està feta de cantó. O bé el paleta, el constructor o, l’amo, més aviat pensaria que l’amo, tenia el nivell esgarrat. 

Després, tu mires millor i arribes a la conclusió que aquella porta només podia estar pensada i dissenyada per un artista un xic eixelebrat, o bé per un amant d’en Dionís. Als matins la llum del sol tot travessant la porta ho devia posar tot al seu lloc; ara bé, caient el dia, les postes de sol a la primavera haurien d’ésser estranyament encisadores, com ho fou l’apologista dels ous, de les carxofes i de la Casa Reial. 

dissabte, 22 de setembre del 2012

Nacionalismo y soberanismo

per Antonio Alvarez Solís, publicat a Gara el dia 21-09-2012


Tras la clamorosa manifestación catalana frente a la recalcitrante política centralista de Madrid, hay que analizar con rigor el verdadero contenido de los dos términos principales que, con uno u otro propósito o alcance, enmarcan la cuestión nacional. Se trata de clarificar el valor de las dos herramientas políticas con que se pretende realizar la nación; de no mezclar, como se hace con deliberada confusión o malicia en muchas ocasiones, los conceptos de nacionalismo y soberanismo. El conflicto político radical que enfrenta a España con Euskadi y Catalunya exige una exquisita claridad de lenguaje en este asunto fundamental. Si no se da esa claridad de lenguaje, es que nos expresamos desde un pensamiento inmaduro, en la interpretación más generosa, o bien que funcionamos con una miserable intención de engaño. Hay que elegir, por tanto, y llegados a una situación extrema, entre anclar en el puro nacionalismo o navegar decididamente hacia el soberanismo.

El nacionalismo es un concepto con fronteras muy amplias. Puede limitarse a una expresión cultural intensa, como ha ocurrido durante muchos años en Galicia. Era, o es aún, el nacionalismo que se simbolizaba en la figura y obra del gran Castelao o de Rosalía de Castro. Ese tipo de nacionalismo está animado siempre, al menos en sus inicios, por un espíritu intenso y entrañable, pero no alcanza la fase superior del independentismo y suele amortizarse por ello en un autonomismo más o menos profundo. Incluso cabe que nos regrese a algo tan insustancial como un regionalismo al viejo estilo.

Puede tratarse también de un nacionalismo con fuerte acento en lo económico, como ha sucedido con los propósitos de la Lliga catalana representada en su espíritu por Cambó, que aspiraba a algo tan utópico como catalanizar España. Él mismo fue un gran ministro de Fomento del Gobierno español. Con ese nacionalismo parece ser, hoy, con el que mariposea el presidente Mas desde Convergència. Lo inconveniente de ese nacionalismo es que tropieza siempre, al menos hasta ahora, con una merma continuada de su papel ante el poder central del Estado. Resulta evidente que el jacobinismo español horada como una carcoma ese tipo de nacionalismo hasta reducirlo con el tiempo a casi nada. Es además en sí mismo un nacionalismo profundamente burgués, y la burguesía suele mantener un patriotismo muy contable. A mayor abundamiento, sucede que los protagonistas de esta clase de nacionalismo han de realizar a diario un agotador esfuerzo para desenvolverse con éxito en la contradicción evidente entre su menguado poder político y el inevitable progreso del separatismo, que le acosa y no se resigna a la vida declinante del autonomismo.

Finalmente, damos con el soberanismo, que implica una total posesión de las capacidades de gobierno, como pretenden el abertzalismo de izquierda y sus aliados, que entraña una poderosa voluntad independentista, ya que los vascos que así piensan toman creciente conciencia de que sin independencia es absurdo esperar algo sólido en el marco autonómico. De la lengua propia como lengua oficial a una economía de diseño característico, la nación vasca más enraizada cultiva ambiciones no realizables en el marco del Estado español. Acerca de este escenario de libertad necesaria para ensayar otra forma de vida está hablando con una creciente fuerza la aspirante a la Lehendakaritza, Sra. Mintegi, cuya figura va ganando altura y potencia ante las próximas elecciones parlamentarias vascas. La tesis central del discurso sostenido por la Sra. Mintegi -la dama de seda, pues ser de hierro siempre amenaza con el riesgo de la aluminosis- prima una política que eleve la condición vital de las personas frente a una política continuista basada en la mera ocupación superficial de las instituciones.

Esta tesis conlleva, naturalmente, por su parte, una institucionalidad adecuada -una institucionalidad con perfil absolutamente social- cuya imagen está calando con fuerza en la nación vasca, que es consciente de que la economía concebida sin el objetivo del bien de las masas como finalidad principal no conduce a ningún lugar realmente humano, sea o no estrictamente nacionalista.
Frente a la confusión que conlleva un nacionalismo incapaz de soltar amarras respecto al Estado español, protagonizado por PNV y Convergència, se alza con perfiles cada vez más rotundos la fuerza del soberanismo. Parece evidente que el soberanismo contiene en su seno el nacionalismo auténtico, real y realizable. Dentro del soberanismo el nacionalismo se aloja por pura gravedad. Todas aquellas condiciones que exige el nacionalismo para ser realmente tal -cultura vigorosa y propia, economía distinta y eficaz de cara a la ciudadanía, comunicación humana abierta y servicios sociales nobles y confortables, etc.- hayan su verdadera realización en el soberanismo con que van a las urnas el 20-O el abertzalismo de izquierda vasco y sus aliados.

Hay un aspecto en esta reflexión que merece tratamiento específico. Se trata del comunismo y del socialismo verdadero. El comunismo debe nutrirse de soberanismo en las naciones oprimidas por una estatalidad ajena, ya que la liberación nacional constituye el disparador de otras liberaciones, como la económica y social. Soslayar el soberanismo de las naciones subyugadas apoyándose en el «internacionalismo proletario» equivale a renunciar a escenarios nacionales desde los que operar con una regenerada energía social. En primer lugar, la palabra «proletario» ha perdido comprensión en muchas sociedades. Estamos en la época de los trabajadores ciudadanos que tienen del internacionalismo un concepto basado en la previa liberación propia. Un comunismo o socialismo esencial practicado en una nación con enérgica conciencia de sí misma, por haberla protagonizado de cara a una época distinta, constituyen un factor sólido para contribuir con fuerza a la necesaria unión internacional de las fuerzas del trabajo. Puede decirse, para evitar memorias complicadas, que más que de comunismo o socialismo hablamos de una práctica de colectivismo social respecto a elementos básicos de riqueza a fin de que esa riqueza permita la floración de una multitud de iniciativas personales o cooperativas purificadas de los controles oligopólicos o monopólicos que ahora destruyen la armonía social. El soberanismo real de los pueblos equivale a un soberanismo efectivo sobre todas sus posibilidades creadoras. En último término, hablamos de que las uniones políticas se generen por los pueblos y no por los estados, actualmente dirigidos por fuerzas al margen del vacío parlamentarismo actual.

Toda esta regeneración de la política tiene sus mejores posibilidades de realización en pueblos como el vasco o el catalán, que parten hacia un futuro soberano sin tener sobre sus espaldas el peso muerto de un estatismo esclerosado, con inquilinos que ya no piensan en la democracia ni en las libertades populares. Por ello, repito, creo que ha de encararse con mucha prudencia el uso de los conceptos de nacionalismo y soberanismo. El nacionalismo está de alguna manera contaminado por quienes han hecho de la palabra una bandera de combate para fuerzas en gran parte inmóviles. El nacionalismo se maneja por algunas minorías con pretensiones de gobierno a modo de moneda sin más valor que una expresión de entrega. Ello lleva a preferir como herramienta principal de liberación el soberanismo, dentro de cuyo horno se puede robustecer adecuada y perfectamente un verdadero nacionalismo. Hay que jugar a la mayor.

divendres, 21 de setembre del 2012

¿Qué ocurre en Catalunya, y en España?

per Vicenç Navarro, publicat a Público, el 20-09-2012


Este artículo analiza las causas del surgimiento del independentismo como movimiento de amplia base popular en Catalunya, cuestionando muchas de las explicaciones que se han dado en los mayores medios de difusión en España. El artículo señala que la Transición inmodélica que ocurrió en España y la falta de reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado español ha sido la causa del gran retraso social de España por un lado y del crecimiento del independentismo por el otro. Las políticas del establishment español (basado en Madrid) están empeorando todavía más la situación, que electoralmente favorece a las fuerzas conservadoras tanto en Catalunya como en España.

Tengo gran respeto por el periodista Iñaki Gabilondo y por su gran profesionalidad. Le considero uno de los mejores periodistas de España. Ahora bien, discrepo de sus comentarios hechos el 17 de septiembre a raíz de la manifestación independentista que tuvo lugar en Barcelona el 11 de septiembre (el día nacional de Cataluña). Sus observaciones indicaron (con todo el respeto que caracteriza siempre la exposición de sus argumentos) que la  nueva situación creada por el enorme tamaño de tal manifestación exigía un posicionamiento claro del partido gobernante en Cataluña, CiU, así como de otros partidos definidos hasta hoy como nacionalistas o catalanistas, sobre su objetivos políticos para Cataluña, criticando una cierta ambigüedad sobre tales objetivos por parte de dichas formaciones políticas, ambigüedad notoria, según él, en los últimos años. Puesto que esta exigencia de claridad es bastante generalizada en círculos mediáticos, académicos y políticos españoles (y muy en particular madrileños)  me veo en la necesidad de responderle, no sin antes agradecerle que haya definido la situación actual en la que se encuentran tales opciones políticas como resultado de una ambivalencia. Otros de diferente talante que Gabilondo han hablado, no tanto de ambigüedad, sino de manipulación, presentando tales partidos como independentistas ocultos que han ido cambiando la presentación de sus argumentos dependiendo del momento y periodo en el que se encontraban. La famosa frase de que “los nacionalistas/catalanistas nunca estarán satisfechos, se les dé lo que se les dé” recoge esta percepción de que los nacionalistas o catalanistas siempre desean, en realidad, llegar a la independencia, y todo lo demás es una mera estrategia de pasos en este sentido.

Este tipo de argumentos ignora, sin embargo, que la gran mayoría de personas que están a favor de la independencia hoy en Cataluña no lo estaba hace sólo unos años. Tengo muchísimos amigos aquí en Cataluña que, no habiendo sentido nunca el deseo de tener un estado propio, separándose de España, hoy así lo desean. Una de las mayores causas de que ello ocurra no se encuentra en Cataluña sino en Madrid y en España. En contra de lo que aducía un reciente artículo en El País (“La lucha final de la burguesía catalana”, de José Luis Álvarez, 21.08.12), en el que se criticaba al establishment español por haber estado demasiado pasivo frente a lo que el autor definía casi como veleidades del nacionalismo o catalanismo, el enorme crecimiento del independentismo se explica, en gran parte, por el comportamiento del establishment español (centrado primordialmente en Madrid), siendo su eje principal el aparato del Estado central y también los mayores medios de información basados en lo que se llama la capital de España.

El rechazo a la plurinacionalidad de España

La falta de reconocimiento de tal plurinacionalidad del Estado español existente en este establishment ha sido la raíz del problema. Solo por un momento, durante la II República, pareció que se abría una posibilidad, que desapareció completamente durante la dictadura fascista que impuso un nacionalismo español (castellano) extremo que, basado en una concepción jacobina del Estado español, ahogó y asfixió cualquier otra visión de España. La Transición inmodélica (que se realizó en términos muy desequilibrados entre unas derechas -herederas del franquismo- que controlaban los aparatos del Estado y unas izquierdas –que lideraron las fuerzas democráticas- que acababan de salir de la clandestinidad) permitió más espacios a las fuerzas nacionalistas/catalanistas, pero sin reconocer la plurinacionalidad de España. En realidad, el Estado de las autonomías (con el “café para todos”) era una manera de negar tal plurinacionalidad. Referirse a los acuerdos que tuvieron lugar entonces como fuente de las exigencias de que se respeten aquellas reglas, sin tener en cuenta el enorme desequilibrio de fuerzas que existía en aquel momento (como hacía Santos Juliá en su artículo del pasado domingo en El País o como hace el Monarca en su carta abierta a los españoles), es permitir que aquel desequilibrio se mantenga.

Este Estado de las autonomías abocará inevitablemente a la disgregación y rotura de España, como algunos hemos ido subrayando (ver mi libro  Bienestar Insuficiente, Democracia Incompleta. Sobre lo que no se habla en nuestro país). Si cada demanda de Cataluña se tiene que traducir en diecisiete demandas iguales, España dejará de existir pues España no puede ser la suma de diecisiete Cataluñas. España no aguanta la suma de diecisiete naciones con historias, culturas e idiomas diferentes.

La falta de resolución de esta articulación Cataluña-España en la España de las Autonomías hizo que surgiera la demanda de un proyecto federal asimétrico que reconociera, dentro de España, la especificidad de la nación catalana. Fue en esta vía que, junto con otras alternativas, surgió el Estatuto de Cataluña que fue aprobado por el Parlamento Catalán, por las Cortes Españolas y refrendado por la población catalana. Y a pesar de ello, el Tribunal Constitucional, parte del aparato del Estado, vetó precisamente algunos de los componentes más estimados por los movimientos que habían generado la necesidad de establecer el Estatuto. Y la torpe respuesta del gobierno Zapatero, definiendo tal veto como un elemento menor del Estatuto, contribuyó a ampliar el enfado de grandes sectores de la población catalana. Más y más personas en Cataluña comenzaron a pensar que con esta España no hay nada que hacer. Algunos firmes seguidores del federalismo asimétrico abandonaron este proyecto, bajo la constatación de que no había posibilidades ni complicidades en España para desarrollarlo. Y se convirtieron en independentistas.

diumenge, 16 de setembre del 2012

El 15 de septiembre de la Cumbre Social

Este pasado sábado, 15 de septiembre, la Cumbre Social, integrada por más de 150 organizaciones sociales, asociaciones profesionales, sindicatos, partidos políticos, etc. ha realizado una gran concentración en la plaza Colón de Madrid, para denunciar las políticas económicas antisociales del gobierno del PP, en su propósito de suprimir los fundamentos del incipiente e incompleto Estado del bienestar español.

La primera valoración que me atrevería a realizar sería que el acto ha sido un éxito rotundo, dado la elevada participación ciudadana (yo diría, sin temor a equivocarme, que por lo menos el número de congregados era el equivalente a 3 o 4 veces la capacidad de un estadio como el del F.C. Barcelona, o sea, más de 300.000 personas). También, destacaría la perfecta organización de la concentración (con las diversas marchas confluyendo en la plaza Colón a la hora prevista, la duración del acto y la facilidad de movilidad y accesibilidad desde los autocares, venidos de toda España); el contenido y calidad de las diversas intervenciones de los oradores; y el ambiente pacífico, familiar y festivo de los participantes.
En lo negativo, únicamente cabe señalar, por lo que yo pude ver, la poca colaboración del Ayuntamiento de Madrid a la hora de ordenar el tránsito rodado, dado que las calles adyacentes a las vías de acceso a la plaza Colón no estaban señalizadas ni cortadas (yo viví lo acontecido en la calle Goya, por donde discurría la "marea" venida del nordeste de España), hecho que originó que se produjeran prolongados cortes de tráfico, ante la mirada entre expectante y molesta de los conductores, que no tenían conocimiento del desarrollo de la manifestación (a lo largo de la semana los medios de comunicación han hecho un claro "vacio informativo" sobre su celebración); y, por otro lado, destacaría la presencia de un helicóptero de la policía nacional que estuvo buena parte del tiempo que duraron las intervenciones de los oradores "paseando" por encima de la plaza Colón, con el consiguiente  ruido y molestias para todos los concentrados, hecho que incluso fue denunciado por uno de los propios oradores.
Estaba claro el mensaje: cuidado con lo que hacéis, el "Gran Hermano" os esta vigilando.

Y como muestra del sentir ciudadano valgan las siguientes expresiones de denuncia expuestas en los carteles, camisetas, brazaletes, globos, ...

"el PP rompe el pacto social"

"¿que paz, sin pan?"

"es criminal recortar la sanidad"

"más pan y menos chorizos"

"¿crisis? ¡atraco!"

"recortes, a banqueros y al clero"

"no nos callaran"

"la banca, al banquillo"

"su botín es mi crisis"

"pueblo manso, pueblo esclavo"

"RIP nuestro trabajo"


"bomberos quemados"

"sin derechos, sin futuro, no tengo nada"

"Europa, así no"

"no tengo miedo"

Y otros muchos que no puedo precisar.





Por lo demás, cabe destacar la presencia de
muchísimos colectivos profesionales, del mundo de la sanidad, de los servicios sociales, de la educación,
de la cultura, ... así como de diversos cuerpos de bomberos en lucha,  y de miembros sindicales del
cuerpo nacional de policía.

El clamor popular demandando justicia y trabajo está en la calle. La calle es nuestra, las políticas neoliberales de la derecha española (y catalana) nos quieren retrotraer a épocas pasadas; tal y como reclamaron ayer los oradores, es necesario recuperar el pacto social roto a través de un referéndum popular. Habrá que seguir en la calle, seguro.



dijous, 13 de setembre del 2012

Catalunya cambia de escenario

per Josep Ramoneda, publicat a El País, 13-09-2012


La manifestación del 11 de septiembre en Barcelona significa un salto cualitativo en la historia del catalanismo político. El eje del nacionalismo catalán se desplaza hacia la independencia. Y así lo entendió el presidente Artur Mas, que, en su conferencia de prensa de valoración de la Diada, asumió la responsabilidad de liderar la traducción política de la manifestación. Nunca un presidente de la Generalitat restaurada había tenido un discurso tan inequívocamente independentista. Artur Mas ha dejado en segundo plano la cuestión del pacto fiscal —argumento central de la legislatura hasta el momento— para desplazar el acento hacia la transición nacional. Y defendió como algo “natural” y “sin dramatismo” que Cataluña tenga un Estado propio para ser un país como los demás.

¿Cómo la independencia ha alcanzado una posición hegemónica en el catalanismo? ¿Cómo un movimiento que, tan solo hace diez años, empezaba a emerger de la marginalidad ha conseguido un crecimiento tan espectacular? Para mí, hay un factor fundamental: la profunda transformación de la sociedad catalana. Las nuevas generaciones no tienen nada que ver con la generación de la Transición. Carecen de los miedos, las complicidades y los prejuicios que teníamos nosotros. Han sido formadas en la escuela catalana, con unos referentes culturales muy distintos y han asumido con naturalidad la condición de Cataluña como país. Los hijos de quienes llegaron a Cataluña en los años sesenta desde el resto de España, nacieron aquí y tienen unos parámetros sentimentales muy distintos. Por eso el independentismo ha crecido en transversalidad social y cultural.

La recurrente confrontación entre el nacionalismo español y el nacionalismo catalán, con réditos electorales para las dos partes, ha sido expresión de la eterna incomprensión entre España y Cataluña y motor de desafección. Treinta años después, el Estado de las autonomías no ha resuelto el problema de la inserción de Cataluña y del País Vasco, sino más bien al contrario: los ha acercado a la puerta de salida. Y la crisis económica, que ha convertido en verdad social indiscutida en Cataluña que estar en España tiene un coste altísimo para su bienestar, ha agravado el desencuentro.

A todo ello hay que añadir la espoleta: la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. Se impuso la sensación de que se había tocado techo. De que era imposible establecer un clima de complicidad con España. La manifestación de julio de 2010, en que ya el independentismo se hizo sentir con fuerza, fue un primer aviso. No se quiso entender: al contrario, se minimizó el acontecimiento. Ahora, aquella frustración ha explotado redoblada. Los problemas que no se afrontan acaban reapareciendo, generalmente, en una versión mucho más complicada.

Los parámetros de situación han cambiado. Y los viejos clichés no sirven para analizar el nuevo escenario catalán. El pujolismo se acabó. El propio Pujol se dio cuenta y se acercó a la independencia. La idea de que CiU manejaba los hilos de la queja, pero que siempre acababa pactando y que, mientras estuviera en el poder, nunca cruzaría determinadas líneas rojas, ya no sirve. Como tampoco sirve, por simplista, la creencia de que el nacionalismo se radicaliza más o menos en función de los intereses de los 400 que mandan siempre en Cataluña. Un sector muy importante de estas élites, las 25 o 30 personas que forman el núcleo duro del poder económico, no están precisamente entusiasmados con lo que está pasando. Y han presionado al presidente Mas, aparentemente sin éxito, para que modere las expectativas.

El destino de los movimientos sociales depende mucho de su capacidad de transformación en políticas concretas. Artur Mas ha optado por asumir el reto de canalizar políticamente lo que él llama la transición nacional. Es una decisión de altísimo riesgo. Y muy especialmente en un contexto de crisis y en la delicada situación económica de Cataluña. Es una apuesta que carece de término medio. O pasa a la historia o se hunde en un gran fiasco. Pero hay que reconocerle la claridad. Que es lo que en estos momentos parece exigible a todos los actores políticos. En este sentido, es lamentable el desdén de Mariano Rajoy. Llamar algarabía a una manifestación de centenares de miles de personas es un desprecio que solo se explica por la impotencia política del presidente.

Y ahora, ¿qué? En democracia la respuesta solo puede ser una: política y urnas. Que cada cual presente sus proyectos alternativos, sin ambigüedades y con convicción, y que decidan los electores. Tal como van las cosas, no sería extraño que Cataluña votara en primavera. Entonces veríamos la envergadura exacta del cambio de escenario.

dimarts, 11 de setembre del 2012

El sexe al carrer o al meuble?


“Donem un missatge al món que  Barcelona no vol ésser la ciutat de l’explotació sexual de les persones” . Amb aquestes paraules, l’alcalde de Barcelona, en Xavier Trias, donava  el tret de sortida a la modificació de la nova Ordenança Municipal de Civisme, la de la prohibició i el càstig de la recerca del sexe al carrer.
Està molt bé!  els polítics sempre volen acompanyar els fets concrets amb boniques paraules, amb frases transcendents. Però, més enllà de les paraules, els fets denoten intencions; intencions que no en canviat massa al llarg dels anys. Hem passat de les lleis d’infermetats contagioses del 1864, les “Contagious Diseases Acts” de l’Anglaterra victoriana del segle XIX, a “l’Ordenança de Civisme” de la Barcelona del segle XXI. Però, la visió que es continua tenint de la prostitució, de les “putes”, no ha canviat gaire. Fan nosa a l’espai públic, no ens agrada veure-les pels carrers buscant potencials clients. No donen una bona imatge de ciutat. És natural, és també la conseqüència de l’aplicació d’aquell eslògan “Barcelona, posat guapa”. La Barcelona post-olímpica  no volia ser menys que el Madrid permanentment pre-olímpic: tot net i polit, la pols, “els polvos”, sota la catifa, ben amagat. Els “armaris” del sexe poden tenir la porta oberta, però una cosa és el que hi ha, i una altra és el que s’ha d’ensenyar. La societat continua amb la seva habitual hipocresia.

Jo no sé fins a quin punt por ser efectiva aquestes mesures coercitives sobre la llibertat de mobilitat (o permanència) de les persones pels carrers de la ciutat; ara bé, el que sí que sé és que, a mi, em remouen l’estómac, em fan venir ganes de cridar i de dir que no és això! Per què, de que parlem? Que volem? Eliminar la prostitució en males condicions? Que no es vegi? O millor encara, eliminar la prostitució?
En principi, és clar que a voltes pot resultar impactant alguna manifestació pública del reclam sexual. Però, aquesta és la realitat, és el que hi ha. Que volem, eliminar l’explotació de les persones, les màfies, el tràfic de persones (dones, nens i  nenes, ...)? naturalment que ho volem! I pensem que treure la prostitució dels carrers i les vies públiques afavoreix aquesta eliminació? Ho dubto molt! Vaja, de fet no ho dubto, n’estic segur: aquesta no és la solució.

Encara que, certament cada dia es fa més evident la presència de les xarxes de control i dels proxenetes sobre la prostitució, i que la majoria de les persones (de manera especial, les dones) que l’exerceixen a Espanya són immigrants (més d’un 60%, alguns fonts parlen del 90%), el treball sexual té un alt component d’autonomia individual, i això fa que el seu desenvolupament s’hagi fet bàsicament de manera individualitzada, per bé que la realitat migratòria i les condicions d’entrada al nostre país condicionen el seu exercici i en faciliten el seu control mafiós. La limitació de l’exposició pública de la prostitució i l’afany prohibicionista només pot generar més prostitució submergida, més dependència d’una organització que la controli, menys autonomia individual i més explotació humana, sexual i laboral. De fet, les experiències d’Holanda i de Suècia són paradigmàtiques: en un cas, la legalització de l’activitat ha limitat el control extern de l’activitat per les xarxes i, en l’altre cas, ha tingut efectes colaterals cap als països perifèrics i ha evidenciat un creixent monopoli de l’activitat per les xarxes il·legals (Cristina Garaizabal, col·lectiu Hetaira).
representants del col.lectiu Hetaira

Però, a més, que és la prostitució? Si prostituir-se és buscar el benefici econòmic, el propi guany o l’avantatge social, a partir de la venda sexual de la propi cos, o a partir de la posada en escena del propi atractiu sexual, és evident que el ventall de la prostitució és molt ampli. Qui és més prostituta una “puta” del Paral·lel, o una estudiant “buscona” dels barris alts de Barcelona, o una jove promesa del món de la cançó, del cinema, del món de la moda, ... que paga el seu peatge cap a la fama.
El sexe, l’activitat sexual és una força vital, motriu diria, de l’ésser humà. A la Grècia clàssica, Plató ja s’hi referia quan parlava del tres nivells del cos humà i el situava a la part inferior, la més bàsica i primària. Altre cosa és, el moment històric, les condicions o el marc social en que es practica. El debat, en l’àmbit dels moviments  d’Alliberació de la Dona i de defensa des Drets Humans, hauria de fer compatible la postura abolicionista, que va iniciar el 1869 la Josephine Butler, amb la visió més centrada amb la defensa dels drets dels treballadors i les treballadores del sexe, de la Elisabeth Garret. Recentment,  la Morgane Mertueil, secretaria general del sindicat francès  de treballadors/es del sexe STRASS, que es considera puta, sindicalista i feminista, en un pamflet publicat a Liberation, titulat “allibereu el feminisme”, denuncia la campanya abolicionista i en contra de la prostitució que estan duent a terme les associacions feministes franceses ; i arribar a dir que: “prostituir-se pot ser una forma de reapropiar-se el  propi cos i la sexualitat”.

Morgane Mertueil
Perquè, la història ens demostra sovint que del radicalisme ideològic al paternalisme social no hi ha més d’un pas. Al igual del que passa en la defensa dels drets de les dones a molts països subdesenvolupats, no pot haver-hi alliberació sense llibertat ni autonomia pròpia; no hi ha ningú més interessat en el debat sobre el treball sexual  que els (les) propis/es  treballadors/es que l’exerceixen; i les seves demandes expressades en les Recomanacions de la Conferència Europea sobre Treball Sexual, Drets Humans, Treball i Migració”,  Brussel•les,  2005,  són clares:

- “Els drets del treballadors del sexe són drets humans”
- “El treball sexual és un treball”, que precisa d’una protecció dels drets laborals, socials i humans. Coma ara, l’accés a la seguretat Social, a l’assistència sanitària i a un salari mínim. I necessita d’una garantia jurídica de les condicions de treball, i de seguretat i de higiene en el treball.
- “Els drets dels treballadors emigrants són drets humans”, i per tant, requereixen d’una especial protecció contra el tràfic de persones, el dret a la justícia, a la residència, a l’educació i formació professional i a l’assistència psicològica, social i legal.

Com diu la Daniela Hein, “la pròpia falta de reconeixement jurídica de l’activitat ....opera com un mecanisme “per formador” d’aquesta violència , convertint-se en una de les principals causes de violació d’un ampli ventall de drets humans”

Educar per a la igualtat; crear condicions socials i laborals justes i humanes; lluitar contra el tràfic il·legal de persones; .... naturalment que sí. Ara bé, si fer sexe, en les seves diverses manifestacions,  és fer un exercici de llibertat, deixem-lo lliure, amb drets i garanties per tothom, especialment per qui l’exerceix.

dilluns, 10 de setembre del 2012

La lucha final de la burgesía catalana

per José Luis Álvarez, doctor en sociologia per la Universitat de Harvard. Publicat al País, del 21-08-2012


CiU ha acelerado el ritmo de su larga marcha hacia la independencia. Ha transitado en pocos años del híbrido pujolista queja-colaboración al català emprenyat; de reclamar la integridad del Estatut a, olvidándolo, demandar la “caja y la llave” de una hacienda propia, a la Vasca, so pena de independentismo, sobre el que algunas encuestas reflejen el interesantísimo fenómeno de que obtiene más apoyo que el electoral de los partidos nacionalistas sumados.

Los problemas de Cataluña son graves. El déficit fiscal es real. Es inaceptable que la cuota de solidaridad de Cataluña con otras autonomías rebaje su posición en el ranking de riqueza autonómico. Pero, en política, cualquier acción, como la reclamación de pacto fiscal, se lleva a cabo por más de un motivo, intenta ser solución a más de un problema. Esta escalada es, principalmente, el intento de asegurar una dinámica soberanista irreversible, en una tesitura de fragilidad del estado español. CiU consigue, además, dos objetivos añadidos: no ser perjudicada en sus expectativas electorales por la crisis, cuya culpa ha externalizado al gobierno central y, que, cual PP valenciano, no le afecte el goteo de datos sobre su financiación irregular y casos de corrupción.

Si el catalanismo se permite este crescendo reivindicativo es porque ha dejado atrás su gran peligro histórico: que las clases trabajadoras, de cultura mayoritariamente no catalana, se opusiesen a su proyecto. Esta amenaza era acuciante porque CiU ha sido incapaz de ampliar su espacio electoral más allá de la clase alta y clases medias de origen catalán, nunca ha superado el porcentaje demográfico de éstas, poco más del 30% de la población. El catalanismo es la plataforma de hegemonía de la burguesía de origen catalán, y CiU es su partido.

Las tácticas que CiU ha elegido para mantener la iniciativa y hegemonía políticas, sin una demografía mayoritaria ni dominio electoral estable, para conseguir la máxima activación de sus bases y la máxima pasividad, cuando no subordinación, de su oposición, son una gran lección política.

Cataluña no tendrá una política exterior diferenciada y Merkel no la tratará mejor que Rajoy
Dos han sido sus tácticas principales. La primera resulta de la decisión más importante sobre todo gran cambio político: el ritmo de avance. J. Pujol escogió en su día el incrementalismo, basado en el reconocimiento que cambios sustanciales sólo suceden por sorpresa, porque, si son anunciados de inicio, el status quo desplegará tal resistencia que devendrán imposibles. En una “larga marcha”, como la de CiU, el avance es lento e irregular, pero irreversible; la perseverancia más necesaria que el coraje; los rumbos de navegación más aproximados que exactos; y la ambigüedad sobre el objetivo final esencial. CiU ha querido siempre la independencia pero sólo lo puede desvelar ahora, cuando el catalanismo está en aquel momento –que a Mao Zedong tanto interesó conceptualizar-- en que avances incrementales se transmutan en cambios rupturistas. Es la ocasión del gran salto adelante.

La segunda táctica ha sido priorizar los avances culturales. La lengua catalana y sus instrumentos de consolidación --el sistema educativo y la televisión pública-- son tan importantes que A. Mas repetidamente utiliza la expresión “líneas rojas” para referirse a su blindaje. El catalanismo, como si siguiera a A. Gramsci, escogió el pausado ritmo evolutivo para dar tiempo a la hegemonía cultural como fase previa al dominio político.

Las tácticas de un partido como CiU no son suficientes para explicar dinámicas políticas compuestas de secuencias acción-reacción-contra reacción. Salvo cierta resistencia pasiva de la burocracia central en la negociación de transferencias, no ha habido grandes reacciones por parte de los partidos españoles a las reivindicaciones incesantes del catalanismo. Si el miedo a los inmigrantes de otras partes de España explica las tácticas de CiU, otro temor explica la pasividad de los partidos españoles. Éste tomó cuerpo el 30 de Mayo de 1984, cuando una airada manifestación catalanista protestó la imputación de J. Pujol por el affaire Banca Catalana. Aquel día PSOE y PP cogieron miedo al catalanismo y su capacidad de movilización. No se podían permitir otro problema nacionalista a añadir al vasco, entonces con ETA en su zenit. Este miedo, más los incentivos de formación de mayorías en las Cortes, explican la no resistencia de PP y PSOE al incrementalismo catalanista.

Pero si hay un partido que ha facilitado el avance del catalanismo ha sido el partido socialista de Cataluña. En su role de partido de gobierno desde los años del President Pujol, cuando nacionalistas y socialistas se repartieron la administración del país --Generalitat para CiU, ayuntamientos para la izquierda-- el PSC se concibió a sí mismo como un partido interclasista. Pero la transversalidad del PSC fue desigual: mientras su base electoral, siempre fiel, fueron los barrios y ciudades obreras de emigrantes españoles, sólo logró avances blandos en los segmentos profesionales más cosmopolitas de la clase media. El PSC renunció a aquello que es esencial a todo “partido”, que es, precisamente, “partir”, dividir, aunque sea a un país, para ganar. Y sólo hubiera podido hacerlo desde la activación de su base emigrante haciendo de la confrontación social, alimentada por la cultural, el conflicto dominante del país. Al tratar Cataluña como realidad suprema, inmanente, indivisible y socialmente neutral, el PSC adoptó el supuesto básico de todo nacionalismo, liberando las rutas de avance de CiU.

La imposición de conflictos es la más formidable de las armas políticas y, durante décadas, gracias a la pasividad del PSC, CiU ha conseguido imponer el conflicto nacional con España al social interno, incluso ahora, en la mayor crisis social. El soberanismo es políticamente dominante en Cataluña.

Sin embargo, la burguesía catalana no ha finalizado su travesía. España es ahora un ente de soberanía limitada, subordinada a una estructura superior. A CiU le queda un segundo reto: el plácet de Europa. Para obtenerlo ha de volver a acertar sus tácticas. La primera decisión, dificilísima, será elegir entre dos opciones: Ante Europa ¿es más factible la independencia “en un solo país”? o ¿es más conveniente ligar las aspiraciones de Cataluña a un bloque de naciones sin estado? Y tiene, también, que acertar las respuestas a las preguntas esenciales a todo conflicto. Primera, ¿cuánta visibilidad –p. ej., referéndums, insumisión?: puede ser alta. Segunda, ¿cuánta intensidad –p. ej., arriesgar el bienestar de la población?: ha de ser baja. Y ¿cuánto implicar a otros actores –p. ej., organismos internacionales, observadores?: puede ser mucho. La lucha final de la burguesía catalana será internacional.

Si CiU acierta sus tácticas Cataluña será independiente. Pero será un estado-nación cuando éstos ya no son lo que eran. No desfilará por Barcelona el 11 de Septiembre la división acorazada Guifré el Pilós. No se imprimirá una moneda propia. No tendrán las embajadas extranjeras enormes sedes en la Diagonal. Tampoco tendrá una política exterior diferenciada que importe. Y A. Merkel, o quien sea, no tratará a Cataluña mejor que M. Rajoy. El independentismo es posible porque, para un mundo globalizado, la independencia de un país petit –por utilizar la expresión de J. Guardiola-- es irrelevante.

Pero la independencia sí sería relevante hacia dentro de Cataluña, un país que puede ser pequeño pero que genera, admirablemente, un enorme valor añadido, económico, social y cultural. F. Millet, el destacado miembro de la burguesía barcelonesa implicado en el affaire del Palau, declaró, ya famosamente, que en Cataluña los que mandan son unos cuatrocientos, que se encuentran en los mismos sitios, que son como una familia, parientes o no. La independencia consolidaría definitivamente la hegemonía de esta élite tradicional. No sólo de ella. También la de las clases medias afiliadas a la misma, a las que pertenecen los miles de cargos y políticos de la Generalitat catalanista, y los miles de consultores, proveedores y empresarios que viven directa o indirectamente de la administración autonómica. Lo que se juega con la petición de pacto fiscal-y-si-no independencia es, además de una de las posibles soluciones a los problemas económicos de Cataluña, el grado de monopolio que, en la globalización, éstas clases tendrán sobre la captura de ese valor añadido.

Que la burguesía catalana reivindique estructuras estatales en una Europa donde éstas son cada vez menos relevantes indica que, en un mundo de competencia abierta, necesita utilizar todos los mecanismos para mantener su hegemonía. Poco sorprendente, dada su centenaria tradición proteccionista. El independentismo es la fase superior del proteccionismo. Que sea factible es mérito de CiU y demérito del PSC, el partido que no se atrevió a partir.

José Luis Álvarez es doctor en Sociología por la Universidad de Harvard.